A raíz de nuevas investigaciones, en las que los distintos grupos de “reconstrucción histórica” han realizado aportaciones decisivas, se va acuñando una idea más o menos aproximada a cómo debieron ser estos choques armados.
Esta concepción es demasiado rígida como para tomarse en serio y no tiene demasiado que ver con la realidad.
Para empezar los choques cuerpo a cuerpo, posiblemente a espada, durarían muy poco tiempo. Los militares experimentados de la actualidad sólo conceden unos pocos minutos a una lucha cuerpo a cuerpo, a lo sumo 10 ó 15 minutos. El motivo es el desgaste físico que ello produce, la desorganización que provoca en las filas y que en unos pocos minutos la batalla quizá quedara decidida.
Sabemos por las fuentes históricas que eran raras las batallas que se decidían en minutos o en una hora. Son más bien la excepción. Lo normal eran las batallas duraban varias horas, a veces un día completo y algunas un día y su noche (recordamos la 2ª batalla de Cremona en la que participó la Legio VII). Por puro sentido común sería imposible entablar un combate continuo cuerpo a cuerpo durante todo ese tiempo.
En el desarrollo de una batalla tiene importancia el uso que se hacía del armamento y quizá haya que replantearse algunos tópicos. Uno de ellos es la creencia generalizada que los legionarios lanzaban sus “pilum” nada más empezar el combate, hasta agotarlos, y a continuación avanzaban espada en mano buscando el cuerpo a cuerpo.
Lo más plausible es que los enfrentamientos se desarrollan como tanteos y escaramuzas de unidades más pequeñas, lo que explica la larga duración de muchos choques. Se buscaría atraer al enemigo mediante provocaciones o el lanzamiento de proyectiles, y además crear la confusión y desorganización en las líneas enemigas, movimientos tendentes a rodear al enemigo. Lo cual significaría que los legionarios portarían sus “pilum” a lo largo de la batalla y tal vez también en el cuerpo a cuerpo.
Otro tópico se encuentra en el número de bajas que resultaban de las batallas. Los enfrentamientos con armas de fuego, desde el siglo XVIII y XIX, han provocado que las batallas sean mucho más cruentas. En cambio en la Antigüedad las bajas eran muy reducidas en comparación. En los ejércitos vencedores podían perder unos cientos de hombres. A veces caían mandos, es el ejemplo muchas veces recordado que trasmite César de la “Guerra de las Galias”, que contaban como pérdidas importantes los centuriones.
Los ejércitos perdedores solían llevar la peor parte, más por la desbandada que suponía la derrota y que permitía infligir numerosas bajas o la disgregación material de un ejército por su huída.